miércoles, 3 de agosto de 2016

Vestigios.

Un día vi Casablanca, una película demasiado vieja, dramática y cursi para mi gusto, tenía 13 años, sin embargo ahora que volví a verla entendí porque es considerada una obra maestra del séptimo arte de todos los tiempos, y es que la nostalgia cuando se manifiesta puede hacerlo en forma de lágrimas, de ira, de nervios o de indiferencia. 

Marruecos, la única referencia que tengo de aquel lugar es que en algún momento fue visitada por un tío, que cruzó el océano atlántico desde Norteamérica, la aventura fue su estandarte y el mundo entero era su pasaporte. Eran los años ochenta, y el lugar más grande para pasar desapercibido era Casablanca, y al menos como me lo contó él hace tiempo, muchos quieren iniciar sus vidas nuevamente en ese lugar, yo creo que él no encajó bien ahí o simplemente se sentía muy joven para estar más de una semana en ese lugar, él tenía mucho tiempo y esa ciudad era apenas la primera en su lista. Al paso de los años consiguió viajar en muchos lugares, en algunos solo, en otros acompañado de quien pensó en ese momento sería su esposa. No consiguieron consumar el matrimonio, y con el paso de los años terminó viviendo con otra mujer. Nunca tuvo hijos, nadie a quien heredar sus experiencias, más que sus pertenencias.

En el año de 1960 un matrimonio como cualquiera llegó a vivir cerca de la capital; la señora apenas y hablaba español, era profesora de literatura inglesa en algún colegio particular, el señor era mexicano, hablaba muy bien el inglés porque era piloto aviador y en uno de sus viajes conoció a su futura esposa, él lo supo de inmediato y por su profesión tuvo que tomar una decisión un tanto precipitada, al mes, ambos ya tenían su sortija de matrimonio. Aunque al principio tuvieron ciertas dificultades al cambio lograron adaptarse y compraron una casa grande para albergar aquellos hijos que, al igual que mi tío, tampoco tuvieron. El señor falleció muy joven, un accidente, y no, no fue en un avión, irónicamente, fue en un automóvil. Pocos asistieron al funeral, la señora vendió la casa no podía soportar estar más tiempo ahí, se mudó a una casa más pequeña y no despidió a sus dos trabajadoras domésticas por el cariño que les tenía y para no sentirse sola; dichas trabajadoras domésticas eran primas y leales a los señores, cuando la maestra enviudó se concentró mucho en su trabajo, era un escape para ella, ya que no tenía familia alguna en este extraño país que ahora amargamente era su hogar. Así pasaron muchos años, la profesora se jubiló y las primas ya tenían a sus hijos, jóvenes inquietos pero muy trabajadores. En 1986, la señora falleció dejando todas las pertenencias de la casa y la casa misma a nombre de sus dos únicas trabajadoras.

Aunque eran primas, siempre fueron como hermanas, decidieron vivir en esa casa, sus hijos se marcharon, uno de ellos se fue a Estados Unidos, otro se quedó. Ambas fueron madres solteras, ambas tan unidas hasta que en el 2004 un de ellas tuvo que partir de este mundo, para reunirse con aquellos que un día fueron sus patrones.

Uno de esos hijos es mi tío, con más de cincuenta años y muy lejos de aquí escuchando únicamente su voz de vez en cuando por un auricular. Esa casa tuvo la bondad de verme llegar del hospital cuando vine a este mundo, esa casa fue el portal de mi infancia y el recuerdo de aquella Tía Abuela que hoy ya no está.

Esta mañana he recibido la noticia de que el único hijo legítimo que queda en este país ha decidido venderla, por su parte mi tío de Estados Unidos no tiene objeción, pero eso significa que no podré regresar más a ese lugar, la nostalgia de ver la casa vacía sin muebles, sin risas, sin fruta sobre la mesa, me hizo cuestionarme la verdad sobre esa residencia, bajé al jardín por última vez, mi tío me dijo: llévate los libros que quedaron. Noté que muchos eran en inglés, en francés, firmados por la señora Elizabeth L. y uno que otro con el nombre de mi otro tío, el que ya no regresó.

Supongo que eso es lo único que dejas al morir, o al irte del país para nunca volver. Un cuarto abandonado y los vestigios literarios de que estuviste en otros países. Una manera que hace que trasciendas. 

martes, 10 de mayo de 2016

La rueda de la fortuna

Pensaba en ti, habían regaños en la oficina, gritos afuera y teléfonos sonando a las dos con treinta. Yo me reía de todos, me sentía intocable, y hasta cierto punto lo era, no por ser engreído, pero como becario apenas y se tomaban en serio mi trabajo, todos entraban en pánico y bajaban la cabeza cuando las amenazas de los jefes eran inminentes. A mi, por el contrario con lo único que amenazaba la empresa era con contratarme, más faltaba casi un año para que yo egresara. 

Miradas pérdidas, sueños archivados, aspiraciones guardadas en formatos Doc, PDF, PPT, ilusiones puestas en tablas de excel, mujeres cambiando drásticamente los roles, papás con bebes esperándolas a la hora de la comida, el clima cálido, las persianas tintineando, no había una taza de café limpia en ninguno de los tres pisos. 
Clic aquí, clic allá, desconociendo si el sonido era de los teclados, de las engrapadoras o de las impresoras que se han quedado sin tóner, y de vez en cuando tonos de teléfonos celulares que ahora los definen como "inteligentes"; el nuevo escape de los sometidos, el poderío de quienes sometían. 

Nadie habla, todos capturan datos. Datos que forman un océano de procesos, de programas, de problemas que confunden más a quienes los gestionan que a que a quienes lo ejecutan, datos que cambian mas rápido que los botes de basura de la oficina, datos que ahogan los pensamientos de quienes los inventan. 

Más datos, más papeles, sudor en las frentes a pesar de que el aire acondicionado estaba por debajo de los veinte grados, camisas de cuello y rayas, cinturones ajustados, tuppers amontonados, corbatas desajustadas, a lo lejos una pequeña risa de una broma que terminaba con una palabra: Godínez
¿Cuánto tiempo más debo estar aquí? Seguía pensando en ti.

Allá afuera hay una feria, quiero huir, comenzar de nuevo, algodones de azúcar, máscaras, juegos mecánicos, si, juegos, me escaparé un rato y antes de subir le pediré a quien maneja dicha rueda de la fortuna que esta vez no me toque una vida tan estrecha.